Esto fue lo que vivieron Tobías Jaramillo y María de los Ángeles.
Eran las tres de la tarde, el sol se asomaba con picardía entre las nubes, iluminando apenas la fachada de la vieja casa. Nadie lo sospechaba, pero ese inmueble cargaba con una historia que no aparecía en los papeles de compraventa. Una historia que cambiaría sus vidas para siempre…https://go.hotmart.com/D100749205Y
🏚️ El Inmueble de los Secretos

La casa parecía normal desde afuera, pero al cruzar la puerta un calor sofocante los envolvió. Era un calor extraño, como si viniera de las paredes mismas.
—Señores —dijo el agente inmobiliario con tono seguro—, no se preocupen. Son unos tubos viejos que necesitan cambio. Los antiguos dueños ya eran muy mayores, con problemas de salud… y sus hijos, bueno, desaparecieron hace años.
Tobías lanzó una mirada a María con una sonrisa pícara, como restándole importancia, y ambos decidieron seguir el recorrido.
El agente los guió hacia la escalera de madera que crujía con cada paso. La penumbra del segundo piso parecía esperarles con un secreto guardado.
De pronto, el aire se volvió más espeso. El calor se transformó en un murmullo invisible, como un suspiro entre las paredes. María sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Suban con calma… —dijo el agente, forzando una sonrisa—. Lo mejor está arriba.
Los tres comenzaron a subir. El último peldaño tembló bajo el pie de Tobías. Y entonces, un golpe seco, como si algo hubiese cerrado una puerta invisible, resonó en toda la casa.
Ayyy… 😱
🏚️ El Inmueble de los Secretos (parte II)
Todos lo vieron.
Todos quedaron helados, inmóviles, como momias petrificadas en la penumbra.
En la pared del pasillo, justo frente a la escalera, la humedad comenzó a dibujar una silueta. Poco a poco, como si la misma casa respirara, apareció la figura de un hombre mayor: el espectro de un abuelo con mirada vacía y sonrisa torcida.
El agente inmobiliario tragó saliva, intentando mantener la compostura.
—Es… solo una mancha de humedad —balbuceó—. Nada que un poco de pintura no arregle.
Pero María lo sabía: aquello no era pintura, ni tubos viejos, ni casualidad. El calor, los murmullos, la figura en la pared… todo pertenecía a la memoria oscura de la casa.
Tobías sintió que el aire le faltaba.
El abuelo de la silueta parecía observarlos, juzgarlos, como si les advirtiera:
«Este no es su lugar… aún no.”
Un portazo retumbó desde el segundo piso. El eco descendió por las escaleras como una ola invisible.
La pareja retrocedió, el agente quedó pálido, y Yeiko —el perro de los vecinos que se había colado— empezó a ladrar como loco hacia la pared, defendiendo a todos.
El silencio que siguió fue sepulcral.
🐺 El perro aulló de miedo, un aullido largo, desgarrador, como si advirtiera un peligro invisible.
Las palomas del árbol verde frente a la casa salieron disparadas en un torbellino blanco, mientras un gato negro saltó de golpe hacia la carretera, alejándose del lugar.
La pareja, el agente inmobiliario y hasta el mismo aire se quedaron paralizados cuando, al salir por el umbral, un hombre apareció.
Su rostro era pálido, marcado por arrugas profundas que parecían cicatrices del tiempo.
Lo miraron y casi todos pensaron lo mismo: cara de mortis.
El hombre, sin embargo, levantó la mano con un saludo tembloroso.
—Buenas… —dijo entre jadeos—, no se asusten… soy Bartolomeo.

Se acercó con pasos apresurados, el sudor cayéndole por la frente.
—Soy vecino de la vereda… y amigo de la familia que habitó aquí.
Sus manos temblaban, no solo por el cansancio de la corrida, sino por una agitación más honda, como si la misma sombra de la casa lo persiguiera.
Con la voz rota, lanzó la frase que encendió el desconcierto:
—Ustedes no saben lo que aquí pasó… ni por qué esas paredes guardan lo que guardan.
Un silencio espeso los envolvió. La brisa levantó polvo en la entrada. Y Bartolomeo, con los ojos abiertos de par en par, se inclinó hacia ellos para aclarar algo fenomenal…
—Señores… —dijo Bartolomeo con voz quebrada, mirando de reojo la casa—, lo que aquí sucede no es cosa de simples paredes ni de tubos viejos… esta casa guarda asuntos sobrenaturales.
Respiró hondo, y continuó:
—Resulta que don Rosendo y doña Magdalena, al quedarse sin hijos, se hundieron en el alcohol y la tristeza. Lloraban día y noche, como si la vida se les hubiese secado.
Su mirada se perdió unos segundos, como si reviviera el recuerdo.
—Todo comenzó un verano, cuando sus dos hijos, Nacho y Melisa, fueron al lago a pasear en la lancha. La tarde estaba tranquila, el agua brillaba con un sol dorado… pero el destino ya los estaba esperando.
Bartolomeo bajó la voz, y la tensión se cortaba en el aire.
—Nacho, algo tomado de cerveza, perdió el equilibrio y cayó al agua. Se ahogaba, sus manos golpeaban la superficie pidiendo auxilio. Melisa, su hermana, desesperada, se lanzó a salvarlo… pero el lago… el lago no devolvió a ninguno de los dos.

Un silencio helado cubrió a todos. El perro volvió a aullar, como si recordara también la tragedia.
—Desde entonces —continuó Bartolomeo—, dicen que cada vez que alguien pisa esa casa… se siente el llanto de Magdalena, y la sombra de Rosendo rondando, buscando a sus hijos. El calor extraño que sienten… no es de los tubos. Es el fuego de su pena que todavía arde aquí.
Bartolomeo los miró fijo, con ojos enrojecidos de tanto recordar, y lanzó su advertencia:
—Esa casa no es un hogar, es un mausoleo de lamentos. Don Rosendo y doña Magdalena se consumieron en la tristeza… y dicen que todavía sus sombras buscan a sus hijos en cada rincón.
El silencio era tan pesado que parecía tragarse el aire. El perro seguía gimiendo, el viento soplaba entre las ramas, y la fachada de la casa crujía como si respirara.
—Por eso —concluyó Bartolomeo con voz grave—, cuando quieras comprar un inmueble, nunca te dejes llevar solo por la fachada… cada ladrillo puede tener un secreto.
Y entonces, como sentencia final:
👉 “Por eso debes confiar siempre en FABIODELASKASAZ: agente profesional, sabio y muy inteligente… el único que sabe abrirte las puertas correctas y cerrarte las que esconden tragedias.”
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