Jue. Sep 4th, 2025

El júbilo del rescate del Golden Retriever aún resonaba en sus corazones peludos. Superdog, con su capa ondeando al viento fresco de la mañana bogotana, lideraba a sus leales compañeros Maxico, Rochyka y Yeiko por las calles vibrantes de la ciudad. La misión cumplida les había inyectado una dosis extra de esa energía kriptokiana que los impulsaba a buscar nuevas formas de proteger y ayudar.

Risas caninas y ladridos entusiastas se mezclaban con el bullicio de la capital colombiana mientras exploraban parques llenos de vida, mercados bulliciosos y callejones pintorescos. Para estos héroes llegados de un planeta lejano, cada esquina era una potencial aventura, cada rostro, una historia esperando ser escuchada.

De repente, una sombra familiar y ominosa se proyectó sobre ellos, eclipsando el brillante sol de la mañana. Un rugido gutural, cargado de rencor y poderío, heló la sangre kriptokiana en sus venas. Gorikon-1.

El simio malvado, con sus cuernos retorcidos y la cicatriz cruzándole el rostro, surgió de entre los edificios como una pesadilla tangible. Sus ojos inyectados en furia se clavaron en Superdog, pero su mirada también recorrió con desdén a los pequeños héroes que lo acompañaban.

«¡Miren, miren lo que tenemos aquí!», bramó Gorikon-1, su voz resonando con la fuerza de un trueno en el corazón de la ciudad. «El gran Superdog y su patética pandilla de pulgas. ¿Creyeron que se librarían de mí tan fácilmente?»

Maxico gruñó, enseñando los dientes en un gesto protector hacia sus amigos. Rochyka se puso en alerta, lista para usar su agilidad si era necesario. Yeiko, aunque el más pequeño, adoptó una postura firme junto a Superdog.

Gorikon-1 soltó una carcajada cruel que hizo eco entre los edificios. «¡Qué patético espectáculo! Un puñado de extraterrestres intentando jugar a los héroes en mi planeta.» Su mirada se detuvo en cada uno de ellos, destilando amenaza.

«Hoy», siseó Gorikon-1, dando un paso imponente hacia ellos, «su pequeña excursión por esta ciudad terminará… ¡y sufrirán las consecuencias de haberse entrometido en mis planes!» Sus enormes puños se cerraron, listos para descargar su furia kriptokiana sobre los valientes exploradores… ¡Y LOS… acorraló contra la pared de un edificio abandonado, dejando escapar una risotada malévola que presagiaba un nuevo y peligroso enfrentamiento en las calles de Bogotá!

«Acorralados en las calles que prometieron proteger, los héroes de Kriptokán descubren que su mayor victoria solo fue el preludio de un peligro aún mayor.»

Donde la Alegría se Encuentra con la Furia: El Inicio del Verdadero Enfrentamiento

La intimidación de Gorikon-1, que los tenía acorralados, se disolvió en un instante. El silencio tenso del callejón se rompió con un aullido primitivo y feroz, una llamada de batalla que no era de este mundo. De la boca de Superdog no solo salió sonido, sino una explosión de fuego y centellas luminosas que impactaron contra el asfalto.

La energía liberada por ese aullido fue el catalizador. Maxico, Yeiko y Rochyka, sintiendo la carga de poder de su líder, se levantaron en una nube de furia. Sus cuerpos brillaron con una luz intensa, una luz que venía de Kriptokán. Las garras de Maxico, antes poderosas, se tornaron afiladas como navajas cósmicas. Los ojos de Rochyka centellearon con un brillo de agilidad sobrehumana, y de sus garras brotaron espadas de energía puras, dispuestas al ataque. Yeiko, el más pequeño, se infló de valor, su pelaje se erizó con electricidad estática, listo para lanzar pequeños rayos de furia.

El enfrentamiento ya no era de uno contra uno, sino una lucha épica donde un Gorila enfurecido se ve sobrepasado por la fuerza y el espíritu de un equipo de héroes. Gorikon-1, que pensaba tenerlos derrotados, se topó con la sorpresa. La risa malévola se transformó en un grito de guerra, y el simio malvado se preparó para la batalla, blandiendo sus espadas con una furia salvaje. El callejón ya no era un simple pasaje entre edificios; era el coliseo donde la lealtad y el coraje de Kriptokán se enfrentarían a la maldad de un desterrado.

Gorikon-1, con una risa que helaba hasta la médula, mostró sus dientes de simio endemoniado, afilados y amarillentos. Del nicho de su espalda, donde yacía oculta como una columna vertebral, extrajo la espada de el Z’zafiro Maléfico. La hoja, oscura como el vacío del cosmos, no reflejaba la luz del sol, sino que la absorbía, dejando a su alrededor un aura de frío y muerte.

Con un movimiento feroz, Gorikon-1 clavó la espada en una pared cercana. El material de la pared se desintegró al contacto con la espada, y el hierro de las vigas se partió como si fuera de papel. Incluso los huesos de los transeúntes que había allí se hicieron polvo con el contacto de la temible espada.

El aullido de Superdog y la furia de sus aliados se detuvieron en seco. La imagen de la espada cortando el acero y el concreto fue un mensaje claro: sus poderes no eran rival para el Z’zafiro. La energía de Kriptokán, la luz de sus cuerpos, palideció ante la oscuridad de ese artefacto. No era solo un arma, era la encarnación de la maldad, forjada con los pecados del planeta de los simios.

Superdog, con su mirada aguda, comprendió al instante. El fuego y las centellas no funcionarían. La velocidad y la agilidad de Rochyka serían inútiles ante una hoja que cortaba el tiempo mismo. Y la fuerza de Maxico y el coraje de Yeiko no podrían resistir el impacto de un arma de esa naturaleza.

«¡A la carga, perros cobardes!», rugió Gorikon-1, balanceando la espada con una furia salvaje. El aire a su alrededor se comprimió y la energía de la calle se hizo densa y fría. La muerte, que ya estaba a su disposición, se regocijaba en silencio. La espada brilló con un fulgor oscuro.

Gorikon-1, con una risa que helaba hasta la médula, mostró sus dientes de simio endemoniado, afilados y amarillentos. Del nicho de su espalda, donde yacía oculta como una columna vertebral, extrajo la espada de el Z’zafiro Maléfico. La hoja, oscura como el vacío del cosmos, no reflejaba la luz del sol, sino que la absorbía, dejando a su alrededor un aura de frío y muerte.

Con un movimiento feroz, Gorikon-1 clavó la espada en una pared cercana. El material de la pared se desintegró al contacto con la espada, y el hierro de las vigas se partió como si fuera de papel. Incluso los huesos de los transeúntes que había allí se hicieron polvo con el contacto de la temible espada.

El aullido de Superdog y la furia de sus aliados se detuvieron en seco. La imagen de la espada cortando el acero y el concreto fue un mensaje claro: sus poderes no eran rival para el Z’zafiro. La energía de Kriptokán, la luz de sus cuerpos, palideció ante la oscuridad de ese artefacto. No era solo un arma, era la encarnación de la maldad, forjada con los pecados del planeta de los simios.

Superdog, con su mirada aguda, comprendió al instante. El fuego y las centellas no funcionarían. La velocidad y la agilidad de Rochyka serían inútiles ante una hoja que cortaba el tiempo mismo. Y la fuerza de Maxico y el coraje de Yeiko no podrían resistir el impacto de un arma de esa naturaleza.

«¡A la carga, perros cobardes!», rugió Gorikon-1, balanceando la espada con una furia salvaje. El aire a su alrededor se comprimió y la energía de la calle se hizo densa y fría. La muerte, que ya estaba a su disposición, se regocijaba en silencio. La espada brilló con un fulgor oscuro.

Superdog, en un acto de liderazgo instintivo, lanzó una orden mental a su equipo, una comunicación tan veloz como la luz: «¡Distracción! No peleen con él, peleen contra la espada.»

Maxico, sin dudar, utilizó su fuerza para lanzar una columna de concreto hacia Gorikon-1. No para herirlo, sino para entorpecer sus movimientos. Rochyka se deslizó por las paredes para tomar la atención del gorila maléfico y Yeiko, con su pelaje erizado, se preparó para un ataque eléctrico, con la esperanza de que un cortocircuito en el corazón de la bestia pudiera darle a Superdog una oportunidad…

Y mientras la espada Z’zafiro se alzaba, los héroes se dividían en un solo objetivo: proteger, y evitar, que el Z’zafiro los convirtiera en cenizas.

El fragor de la batalla, la tensión palpable entre Superdog y Gorikon-1, donde la muerte parecía un espectador ansioso, fue bruscamente interrumpido por un sonido estridente y familiar en las calles de Bogotá: ¡el ulular inconfundible de una sirena!

No era la policía, ni los bomberos. El sonido, agudo y constante, provenía de un vehículo que conocían demasiado bien por sus días de exploración callejera: la perrera municipal.

Los ojos de Superdog se abrieron con sorpresa. Gorikon-1, con la espada de el Z’zafiro aún en alto, frunció el ceño, desconcertado por la interrupción. Maxico, Rochyka y Yeiko, que se preparaban para lanzar un ataque coordinado, detuvieron sus movimientos, sus miradas llenas de incertidumbre.

La camioneta de la perrera, con su jaula metálica reluciente bajo el sol, dobló la esquina al final del callejón. Los empleados, con sus redes y guantes gruesos, parecían estar respondiendo a alguna llamada en la zona.

La situación se invirtió en un instante. Ya no eran ellos los que estaban en la mira de la muerte empuñada por Gorikon-1, sino que ahora la amenaza era diferente, aunque igualmente apremiante para unos héroes caninos, por muy kriptokianos que fueran.

¿Los salvó la perrera?

Desde una perspectiva inmediata, sí. La llegada inesperada de la perrera forzó un alto en la confrontación. Gorikon-1, aunque poderoso, no tenía interés en lidiar con humanos y mucho menos con la posibilidad de ser expuesto. Su plan era someter a Superdog en las sombras.

Para Superdog y sus amigos, la perrera representaba una amenaza directa a su libertad. Ser capturados significaría la separación y la imposibilidad de continuar su misión de proteger Bogotá.

Así que, en un instante de decisión coordinada, Superdog lanzó una mirada a sus compañeros. Sin necesidad de palabras, entendieron la prioridad: ¡huir!

Aprovechando la confusión y la sorpresa de Gorikon-1, quien no esperaba esta peculiar interrupción, Superdog y su equipo se dispersaron en diferentes direcciones. Maxico corrió con su fuerza bruta, derribando contenedores de basura para crear una barrera. Rochyka, ágil como el viento, saltó por encima de los tejados. Yeiko se escurrió por los huecos más pequeños, desapareciendo en la maraña de la ciudad.

Superdog, con una última mirada de advertencia hacia Gorikon-1, aunque sin enfrentarlo directamente para evitar ser visto por los humanos, se impulsó con un salto increíble, elevándose por encima de los edificios, su capa roja ondeando como una promesa de que el enfrentamiento no había terminado.

La perrera municipal, sin saberlo, había interrumpido una batalla épica entre el bien y el mal kriptokiano en las calles de Bogotá. Si los salvó o solo les dio una tregua, el tiempo lo dirá. Pero una cosa era segura: la amenaza de Gorikon-1 seguía latente, y Superdog y sus amigos tendrían que ser aún más astutos para enfrentarlo en el futuro, evitando al mismo tiempo las redes de la perrera.

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