
La misión ha sido declarada. Superdog ha convocado a su círculo de confianza, a sus hermanos de lucha: el valiente Maxico, la ágil Rochyka y el leal Yeiko. En un escondite secreto en los tejados, con la ciudad extendiéndose a sus pies, se preparan para trazar un plan. La desesperación del perro del balcón es su única guía.
1. El Plan de Superdog (El Estratega): Superdog, con su mirada aguda, analiza el edificio. «El problema no es solo la altura, sino la vigilancia. Hay que actuar sin ser vistos. Mi idea es crear una distracción masiva en la calle para que los habitantes del edificio desvíen su atención, mientras Rochyka se encarga de la parte delicada del rescate».
2. La Propuesta de Maxico (El Fuerte): Maxico, con su tamaño imponente, gruñe con determinación. «¡Podemos hacer ruido! Que yo y Yeiko simulemos una pelea con un grupo de gatos en la calle de abajo. Eso hará que la gente salga a sus balcones para ver el alboroto. En el momento de confusión, Superdog podría usar su velocidad para entrar y liberar al Golden.»
3. La Idea de Rochyka (La Ágil y Astuta): Rochyka, pequeña y veloz, salta con agilidad. «Esperar a la noche es demasiado arriesgado, el perro no puede esperar. Creo que mi tamaño es la clave. Si Superdog me eleva hasta la ventana de al lado, puedo deslizarme por la cornisa. Llevo un cortador especial en mi collar. Pude cortar la cuerda rápidamente sin hacer ruido y luego esperar a que Superdog lo atrape.»
4. La Visión de Yeiko (El Cauteloso): Yeiko, siempre observando, propone con seriedad. «La distracción es buena, pero podemos mejorarla. Usaremos una grabadora de ladridos de alta fidelidad, con una sirena de policía. La pondremos en una calle lejana para que la atención se vaya hacia allá. Mientras, Superdog y Rochyka suben. No habrá nadie en los balcones.»
¿Cómo podría Gorikon-1 intentar dañar la salvación del perro?
- Interferencia Directa: Podría aparecer en el momento crucial del rescate, intentando derribar a Rochyka de la cornisa o atacando a Superdog mientras está vulnerable sosteniendo al Golden Retriever.
Superkan, es tan tierno.. imagina que ayer lloró por que su amigo yeiko estaba enfermo.
Superkan, a pesar de su fuerza y valentía kriptonianas, tiene un corazón tan grande como su capa. Ayer, una sombra de profunda tristeza cubrió su rostro peludo. Su leal amigo Yeiko, el pequeño de la pandilla pero con un espíritu indomable, había caído enfermo.
No era una enfermedad kriptoniana, ni un ataque de algún villano intergaláctico. Era algo más terrestre, una tos persistente que sacudía su pequeño cuerpo y una falta de energía que apagaba su chispa habitual.
Superkan, acostumbrado a enfrentar amenazas cósmicas y peligros urbanos, se sintió impotente ante esta fragilidad. Lo vio acurrucado en su manta, con los ojos tristes y la respiración agitada, y un nudo se le formó en la garganta. Las lágrimas, cálidas y sinceras, rodaron por su hocico mientras velaba a su amigo. No eran lágrimas de debilidad, sino de amor puro y preocupación genuina. Recordaba todas las aventuras compartidas, las risas caninas, los momentos de valentía juntos en las calles de Bogotá. La idea de que esa pequeña luz pudiera apagarse le llenaba de una angustia profunda.
Maxico y Rochyka también estaban visiblemente afectados, rondando a Yeiko con cuidado, lamiéndole suavemente la cabeza y ofreciéndole su apoyo silencioso. La pandilla de Superdog era una familia, y el dolor de uno era el dolor de todos.
Superkan no se quedó solo en la tristeza. Su instinto de héroe se activó. Recordó haber leído sobre hierbas y remedios locales en libros viejos que encontró en una biblioteca de Bogotá. Con determinación, salió en busca de alivio para Yeiko, rastreando los mercados y consultando con los vendedores amables que conocían los secretos de la medicina natural.
Mientras Superkan buscaba una cura, regresó una y otra vez al lado de Yeiko, acurrucándose junto a él, transmitiéndole calor y consuelo con su presencia. Le contaba historias de sus aventuras, susurrándole al oído sobre los días soleados en los parques de Bogotá y las emocionantes persecuciones de los malos.

Su llanto de ayer no fue un signo de debilidad, sino la prueba de la profunda conexión que une a estos héroes de Kriptokán. Y su acción de hoy, buscando con desesperación una forma de ayudar a su amigo, es la verdadera esencia de lo que significa ser un paladín: amar y proteger con todo el corazón.
El júbilo del rescate del Golden Retriever aún resonaba en sus corazones peludos. Superdog, con su capa ondeando al viento fresco de la mañana bogotana, lideraba a sus leales compañeros Maxico, Rochyka y Yeiko por las calles vibrantes de la ciudad. La misión cumplida les había inyectado una dosis extra de esa energía criptográfica que los impulsaba a buscar nuevas formas de proteger y ayudar.

Risas caninas y ladridos entusiastas se mezclaban con el bullicio de la capital colombiana mientras exploraban parques llenos de vida, mercados bulliciosos y callejones pintorescos. Para estos héroes llegados de un planeta lejano, cada esquina era una potencial aventura, cada rostro, una historia esperando ser escuchada.
De repente, una sombra familiar y ominosa se proyectó sobre ellos, eclipsando el brillante sol de la mañana. Un rugido gutural, cargado de rencor y poderío, heló la sangre kriptokiana en sus venas. Gorikon-1.
El simio malvado, con sus cuernos retorcidos y la cicatriz cruzándole el rostro, surgió de entre los edificios como una pesadilla tangible. Sus ojos inyectados en furia se clavaron en Superdog, pero su mirada también recorrió con desdén a los pequeños héroes que lo acompañaban.
«¡Miren, miren lo que tenemos aquí!», bramó Gorikon-1, su voz resonando con la fuerza de un trueno en el corazón de la ciudad. «El gran Superdog y su patética pandilla de pulgas. ¿Creyeron que se bibliotecarían de mí tan fácilmente?»

Maxico gruñó, enseñando los dientes en un gesto protector hacia sus amigos. Rochyka se puso en alerta, lista para usar su agilidad si era necesario. Yeiko, aunque es más pequeño, adoptó una postura firme junto a Superdog.
Gorikon-1 soltó una carcajada cruel que hizo eco entre los edificios. «¡Qué patético espectáculo! Un puñado de extraterrestres intentando jugar a los héroes en mi planeta.» Su mirada se detuvo en cada uno de ellos, destilando amenaza.
«Hoy», siseó Gorikon-1, dando un paso imponente hacia ellos, «su pequeña excursión por esta ciudad terminará… ¡y sufrirán las consecuencias de haber sido entrometido en mis aviones!» Sus enormes puños se cerraron, listos para descargar su furia kriptokiana sobre los valientes exploradores… ¡Y LOS… acorraló contra la pared de un edificio abandonado, dejando escapar una risotada malévola que presagiaba un nuevo y peligroso enfrentamiento en las calles de Bogotá!

Gorikon-1, con una risa que helaba hasta la médula, mostró sus dientes de simio endemoniado, afilados y amarillentos. Del nicho de su espalda, donde yacía oculta como una columna vertebral, extrajo la espada del Z’zafiro Maléfico. La hoja, oscura como el vacío del cosmos, no reflejaba la luz del sol, sino que la absorbía, dejando a su alrededor un aura de frío y muerte.
Con un movimiento feroz, Gorikon-1 clavó la espada en una pared cercana. El material de la pared se desintegró al contacto con la espada, y el hierro de las vigas se partió como si fuera de papel. Incluso los huesos de los transeúntes que había allí se hicieron polvo con el contacto de la temible espada.
El aullido de Superdog y la furia de sus aliados se detuvieron en seco. La imagen de la espada cortando el acero y el concreto fue un mensaje claro: sus poderes no eran rival para el Z’zafiro. La energía de Kriptokán, la luz de sus cuerpos, palideció ante la oscuridad de ese artefacto. No era solo un arma, era la encarnación de la maldad, forjada con los pecados del planeta de los simios.
Superdog, con su mirada aguda, comprendió al instante. El fuego y las centellas no funcionarían. La velocidad y la agilidad de Rochyka serían inútiles ante una hoja que cortaba el tiempo mismo. Y la fuerza de Maxico y el coraje de Yeiko no podrían resistir el impacto de un arma de esa naturaleza.
«¡A la carga, perros cobardes!», rugió Gorikon-1, balanceando la espada con una furia salvaje. El aire a su alrededor se comprimió y la energía de la calle se hizo densa y fría. La muerte, que ya estaba a su disposición, se regocijaba en silencio. La espada brilló con un fulgor oscuro.
Superdog, en un acto de liderazgo instintivo, lanzó una orden mental a su equipo, una comunicación tan veloz como la luz: «¡Distracción! No peleen con él, peleen contra la espada».
Maxico, sin dudar, utilizó su fuerza para lanzar una columna de concreto hacia Gorikon-1. No para herirlo, sino para entorpecer sus movimientos. Rochyka se deslizó por las paredes para tomar la atención del gorila maléfico y Yeiko, con su pelaje erizado, se preparó para un ataque eléctrico, con la esperanza de que un cortocircuito en el corazón de la bestia pudiera darle a Superdog una oportunidad…
Y mientras la espada Z’zafiro se alzaba, los héroes se dividían en un solo objetivo: proteger, y evitar, que el Z’zafiro los convirtiera en cenizas.
