Lina hojeaba el periódico de su ciudad cuando un anuncio llamó su atención: “Casa en venta, a pocos kilómetros de la carretera principal”. La curiosidad pudo más, y decidió visitarla.
El camino la llevó hasta una fachada vencida por el tiempo. En la entrada, un abuelo de rostro arrugado y ojos marrones —tan hondos como una mata de cacao— la recibió con un apretón de manos que estremeció su cuerpo como un témpano de hielo.
Al cruzar la puerta, Lina quedó atrapada en un aire extraño: muebles del siglo XIX, retratos familiares de tiempos sombríos, un gato negro saltando del sillón. La casa crujía en silencio. Subió al segundo piso: tres habitaciones, un balcón con flores secas y una vista hacia un lago que parecía esconder secretos.
El lugar estaba para remodelar, sí, pero su encanto la había seducido. El precio era justo. Lina se despidió del anciano con la certeza de que volvería para cerrar el trato.
Al día siguiente, vestida con entusiasmo y decisión, pidió un Uber rumbo a la misma dirección. El lago la había enamorado.

Pero al llegar… el mundo se detuvo.
No había casa.
No había balcón.
No había lago.
Sólo un terreno baldío, silencioso, cubierto de hierbas altas.
Ni rastro del abuelo.
Lina apretó los ojos, incrédula. El aire frío rozó su nuca como si alguien la observara. Y entonces comprendió: aquella propiedad nunca estuvo en venta… porque nunca existió.

Atónita, tomó su celular y marcó el número de quien siempre la respaldaba: Fabiodelaskasaz, su agente de confianza del Grupo Kasaz.
—Fabio… no sé cómo explicarlo. La casa estaba aquí, ¡la vi! Hablé con un anciano, recorrí sus cuartos, vi un lago hermoso… y ahora todo desapareció.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. La voz de Fabio llegó profunda, serena, como si conociera el misterio desde hace mucho:
—Lina, esa propiedad es una historia vieja de la ciudad. Hace más de cincuenta años existió allí una casona frente al lago. Pertenecía a una familia europea que huyó de la guerra. Un día, la casa ardió en un incendio, y desde entonces muchos dicen que a veces reaparece para aquellos que buscan un verdadero hogar.
El corazón de Lina se encogió. Sentía escalofríos, pero también una ternura extraña, como si aquel abuelo misterioso le hubiera querido mostrar algo más que una propiedad.
Fabio continuó, con voz firme y cálida:
—Mira, a veces la vida nos pone delante fantasías que nos recuerdan lo que realmente anhelamos. Esa casa ya no existe, pero tu sueño de un hogar frente al lago sí es real. Y mi trabajo es llevarte hasta él.
Lina sonrió entre lágrimas. La magia de aquella experiencia la había transformado. No era la casa lo que buscaba, era el sentimiento de pertenencia. Y supo que, con su agente a su lado, el lugar ideal sí aparecería… esta vez de verdad.
🔑 Porque más allá de ladrillos y paredes, en Grupo Kasaz ayudamos a encontrar hogares con alma.

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